La forma de brutalidad más extendida y frecuente a escala mundial tiene consecuencias devastadoras tanto para las víctimas como para la sociedad en su conjunto
Hubo un tiempo no tan lejano en España en el que el silencio en torno a los maltratos que muchas mujeres sufrían en sus hogares era el pan nuestro de cada día. Ese silencio tenía raíces profundas. Las normas sociales de la época asumían que las mujeres debían satisfacer los impulsos sexuales de sus maridos, y que los hombres tenían derecho a decidir cuándo mantener relaciones. Ese orden aceptaba la violencia física y psicológica como una forma de resolver conflictos familiares, reforzando el poder íntimo de los hombres sobre las mujeres.